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Murió Mario Benedetti

Murió la persona que me comprendió en momento increibles de mi vida, no lo conocí personalmente, pero compartimos sentimientos.
En estos días no he querido escribir, presiento que ya este estado de catatónico se va volviéndo mi estado natural.

Es la muerte de Benedetti lo que me ha despetado un poco y me recordó dos grandes cosas que me pasaron en mi vida:
La primera fue viceversa:


Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.

La segunda, fue la cosa impresionante que le he dicho a las dos personas que he amado más en la vida y que la distancia, la prioridades, y el desamor nos han alejado. Hace algún tiempo me propuse no seguir el final de esta poesía, pero mis sueños me han dicho lo contario, finalmente se convirtió en táctica y estrategia...

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos
.
mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible
.
mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos
.
mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
.
no haya telón
ni abismos
.
mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites

Lloro por la persona que me comprendió en cada momento y que me puso las cosas claras, que hizo que ese momento en tan mágico en noviembre del 2004 se hicieran tan mágico y que prometiera tanto para mi futuro y para otras cosas tambien...


Por último, les dejo el 4 acto de la obra PEDRO Y EL CAPITAN, PARA VER LA OBRA COMPLETA ES AQUI
ojala puedan leerla toda, es totalmente impactante.

Gracias MArio, chaparrito de oro, y todo te lo agradezco.


Cuarta parte

El mismo escenario.

Sobre el piso está PEDRO, o por lo menos el cuerpo de PEDRO, inmóvil, con capucha. Al cabo de un rato empiezan a oírse quejidos muy débiles. Entra el CAPITÁN, sin chaqueta y sin corbata, sudoroso y despeinado.

CAPITÁN
Ah, lo trajeron antes de tiempo. (Toca el cuerpo con un pie.) Pedro. (El cuerpo no da señales de vida.) Vamos, Pedro, tenemos que trabajar. (Va hacia el lavabo, moja la toalla, la exprime un poco, se acerca al cuerpo tendido, se inclina sobre él, le quita la capucha, y queda evidentemente impresionado ante el calamitoso estado del rostro de PEDRO. Se sobrepone, sin embargo, y empieza a limpiarle las heridas de la cara con la toalla un poco húmeda. Lentamente, PEDRO empieza a moverse.) Pedro.

PEDRO
¿Ah? (Abre un ojo, pero parece no reconocer al CAPITÁN.)

CAPITÁN
¿Qué pasa? ¿Se siente mejor?

PEDRO
¿Ah?

CAPITÁN
Pedro, ¿me reconoce?

PEDRO (balbuceando) Desgracia... damente... sí.

El CAPITÁN ayuda a PEDRO a instalarse en la silla, pero el preso no puede sostenerse. Esta vez sí lo han destruido. El CAPITÁN se quita su cinturón y con él sujeta a PEDRO al respaldo de la silla, a fin de que no se derrumbe.
De a poco PEDRO se va reanimando, pero visiblemente está acabado. De todos modos, siempre habrá una contradicción entre la relativa vitalidad que aún muestra su rostro y el derrengado aspecto de su físico.

PEDRO
¿Así que el CAPITÁN?

CAPITÁN
Claro. ¡Cómo le dieron esta vez! ¡Lo reventaron, Pedro, qué barbaridad!

PEDRO
Menos mal... que... ya estaba muerto.

CAPITÁN
¿No le parece que ha llegado el momento de aflojar? Ya se portó como un héroe. ¿Quién va a ser tan inhumano para reprocharle que ahora hable?

PEDRO (no contesta. Luego de un silencio) CAPITÁN, CAPITÁN.

CAPITÁN
¿Qué?

PEDRO
¿Vos nunca hablás a solas?

CAPITÁN
Puede ser. Alguna vez.

PEDRO
Yo sí hablo a solas.

CAPITÁN
¿Y eso qué?

PEDRO
Hablo a solas porque hace tres meses que estoy incomunicado.

CAPITÁN
¿Cómo? Habla conmigo.

PEDRO
Esto no es hablar.

CAPITÁN
¿Y qué es?

PEDRO
Mierda, eso es. (Pausa.) Hablo a solas porque tengo miedo de olvidarme de cómo se habla.

CAPITÁN
Pero habla conmigo.

PEDRO
No me refiero a hablar con el enemigo. Me refiero a hablar con un compañero, con un hermano.

CAPITÁN
Ah.

PEDRO
CAPITÁN, CAPITÁN.

CAPITÁN
¿Qué pasa ahora?


PEDRO
¿No sentís que a veces flotás en el aire?

CAPITÁN
Francamente, no.

PEDRO
Claro, no estás muerto.

CAPITÁN
Y usted tampoco, aunque esté haciendo notables méritos para estarlo.

PEDRO
Pues yo a veces floto. Y es lindo flotar. Entonces voy hasta la costa.

CAPITÁN
No va nada. Ni a la costa ni a ninguna parte. Está enterrado aquí.

PEDRO
Eso es. Eso es. Enterrado, claro, porque estoy muerto. Pero cuando floto, voy a la costa. Es claro que no voy todos los días. Hay veces que no tengo ganas de ir. Ayer tuve ganas, y fui. Hace años, cuando iba a la costa, no flotando, sino caminando, siempre veía parejitas de enamorados, pero ahora ya no están. Ahora están peleando contra ustedes. Ahora están presos, o escondidos, o en el exilio. (Pausa larga.) ¿Cómo se llama tu esposa, CAPITÁN?

CAPITÁN (entre dientes)
¿Qué le importa?

PEDRO
¿Ves? Te di la oportunidad de que me lo dijeras buenamente. Pero yo sé que se llama Inés.

CAPITÁN (sorprendido)
¿Y eso de dónde lo sacó?

PEDRO
Ya te dije que yo sé más de vos que vos de mí. Inés. Pero no te preocupes. También sé que no tiene alias. Salvo que vos la llamás Beba. Pero no es un nombre clandestino. Qué suerte, ¿verdad? Hoy en día no es bueno tener nombre clandestino.

CAPITÁN
¿A dónde quiere llegar?

PEDRO
A mi muerte, CAPITÁN, a mi muerte.

CAPITÁN
¿Qué gana con no hablar? ¿Que lo revienten?

PEDRO
O que me dejen de reventar.

CAPITÁN
No se haga ilusiones. No lo van a dejar.

PEDRO
Si me muero, me dejan. Y me muero.

CAPITÁN
Pero es largo morirse así.

PEDRO
No tanto, si uno ayuda, si uno colabora.

CAPITÁN (de pronto ilusionado)
¿Está dispuesto a colaborar?

PEDRO (pronunciando lentamente)
Estoy dispuesto a ayudar a morirme. (Pausa.) También estoy dispuesto ayudar a que Inés te quiera.

CAPITÁN
No se preocupe de eso. Ella me quiere.

PEDRO
Sí, hasta hoy. Porque no sabe exactamente en qué consiste tu trabajo.

CAPITÁN
Quizá se lo imagine.

PEDRO
No. No se lo imagina. Si lo imaginara, ya te habría dejado. Ella no es mala.

CAPITÁN (como un autómata)
No es mala.

PEDRO
Y también quiero ayudarte a que tus hijos (el casalito) no te odien.

CAPITÁN
Mis hijos no me odian.

PEDRO
Todavía no, claro. Pero ya te odiarán. ¿Acaso no van a la escuela?

CAPITÁN
Sólo el varón.

PEDRO
Pero la niña irá más adelante. Y los compañeritos y compañeritas informarán a uno y a otra sobre quién sos. En la primera gresca que se arme, ya lo sabrán. Es lógico. Y a partir de esa revelación, empezarán a odiarte. Y nunca te perdonarán. Nunca los recuperarás. Nunca sabrás si... (No puede seguir hablando. Se desmaya.)

Al comienzo el CAPITÁN no se le acerca. Lo mira sin mirarlo, ensimismado. Luego se va hacia el lavabo, llena un vaso con agua, se enfrenta a PEDRO y le arroja el agua a la cara. De a poco PEDRO recupera el sentido.

CAPITÁN
No se haga ilusiones. No se murió todavía. Seguimos aquí, frente a frente.

PEDRO (recuperándose)
Ah, sí, hablando de Inés y el casalito.

CAPITÁN
¡Basta de eso!

PEDRO
CAPITÁN, ¿por qué no me matás?

CAPITÁN
¡Usted está loco! No quiere enloquecerme!

PEDRO
¿Por qué no me matás, CAPITÁN? Será en defensa propia, te lo prometo. Además, quise huir. La ley de la fuga, ¿te acordás? Coraje, CAPITÁN, tenés la oportunidad de hacer la buena acción de cada día.

CAPITÁN
Qué locuaz estás hoy.

PEDRO
Me desquito un poco después de tanta mudez Además, vos sos el interlocutor ideal.

CAPITÁN
¿YO?

PEDRO
Sí, porque tenés mala conciencia. Es muy estimulante saber que el enemigo tiene mala conciencia. Porque todo eso que dijiste de que vos no naciste verdugo, todo eso es cuento chino. Vos trabajaste de "malo" y bastante tiempo, en un pasado no tan lejano. Te conocemos, CAPITÁN. O sea, que tienen que hacer más espesas las capuchas. Siempre hay alguien que ve a alguien. Y yo, por ejemplo, no me limito a conocer el nombre de tu mujer. También sé el tuyo. Y hasta tu alias.

CAPITÁN
Está loco. ¡Yo no tengo alias!

PEDRO
Sí que tenés. Sólo que tu alias no es un nombre, sino un grado. Tu alias es el grado de CAPITÁN. Y vos sos coronel. Sos coronel, CAPITÁN. Así que una de dos: o nos tratamos de Rómulo a CAPITÁN, o nos tratamos de Coronel a Pedro. ¿Qué te parece, CAPITÁN? ¿Eh, Coronel?

CAPITÁN (que acusa el golpe)
¿Sabe una cosa? Usted es más cruel que yo.

PEDRO
¿Por qué? ¿Porque te aplico el mismo tratamiento? No es para tanto. Además, vos tenés todavía el poder, la picana, la pileta con mierda, el plantón. Yo no tengo nada. Salvo mi negativa.

CAPITÁN
¿Le parece poco?

PEDRO
No, no me parece poco. Pero con mi negativa...

CAPITÁN
...fanática...

PEDRO
Eso es, con mi negativa fanática, desaparezco, te dejo el campo libre. Mejor dicho, el camposanto libre.

El CAPITÁN está como vencido. También PEDRO está terriblemente fatigado. Por fin el CAPITÁN levanta la mirada. Habla como transfigurado.

CAPITÁN
No, Pedro, usted no es cruel. Le pido excusas. Y ya que no es cruel, va a comprender. Usted dice que quiere que yo salve el amor de mi mujer y de mis hijos...

Sin atender a lo que dice el CAPITÁN, PEDRO Comienza a hablar, y lo hace sin mayor conciencia del contorno.

PEDRO
¿De veras nunca hablaste a solas, CAPITÁN? Ahora estoy aquí, contigo. Pero igual voy a hablar a solas. De paso aprendés cómo se habla en tales condiciones. Tomá nota, CAPITÁN. Éste es un ensayo de cómo se habla a solas. (Pausa.) Mirá, Aurora...

CAPITÁN
... alias Beatriz...

PEDRO (como si no escuchara la acotación del CAPITÁN)
Mirá, Aurora, estoy jodido. Y sé que vos, estés donde estés, también estás jodida. Pero yo estoy muerto y vos, en cambio, estás viva. Aguanto todo, todo, todo menos una cosa: no tener tu mano. Es lo que más extraño: tu mano suave, larga, tus dedos finos y sensibles. Creo que es lo único que todavía me vincula a la vida. Si antes de irme del todo, me concedieran una sola merced, pediría eso: tener tu mano durante tres, cinco, ocho minutos. Lo pasamos bien, Aurora...

CAPITÁN (con la garganta apretada)
... alias Beatriz...

PEDRO
... vos y yo. Vos y yo sabemos lo que significa confiar en el otro. Por eso habría querido tener tu mano: porque sería la única forma de decirte que confío en vos, sería la única forma de saber que confiás en mí. Y también de demorarme un rato en confianzas pasadas. ¿Te acordás de aquella noche de marzo, hace cuatro años, en la playita cercana a lo de tus viejos? ¿Te acordás que nos quedamos como dos horas, tendidos en la arena, sin hablar, mirando la vía láctea, como quien mira un techo interior? Recuerdo que de pronto empecé a mover mi mano sobre la arena hacia vos, sin mirarte, y de pronto me encontré con que tu mano venía hacia mí. Y a mitad de camino se encontraron. Fijate que éste es el recuerdo que rememoro más. También tu cuerpo, tu piel, también tu boca. ¿Cómo no recordar todo eso? Pero aquella noche en la playa es la imagen que rememoro más. Aurora...

CAPITÁN (sollozando)
... alias Beatriz...

PEDRO
... a Andrés decíselo de a poco. No lo hieras brutalmente con la noticia. Eso marca cualquier infancia. Explicáselo de a poco y desde el principio. Sólo cuando estés segura de que entendió un capítulo, sólo entonces empezale a contar el otro. Tal como hacés cuando le contás cuentos. Paulatinamente, sin herirlo, hacele comprender que esto no fue un estallido emocional, ni una corazonada, ni una bronca repentina, sino una decisión madurada, un proceso. Explicáselo bien, con las palabras tiernas y exactas que constituyen tu mejor estilo. Decile que no tiene por qué aceptarlo todo, pero que tiene la obligación de comprenderlo. Sé que dejarlo ahora sin padre es como una agresión que cometo contra él, o por lo menos así puede llegar a sentirlo, no sé si hoy, pero acaso algún día o en algún insomnio. Confío en tu notable poder de persuasión para que lo convenzas de que con mi muerte no lo agredo, sino que, a mi modo, trato de salvarlo. Pude haber salvado mi vida si delataba, y no delaté, pero si delataba entonces sí que iba a destruirlo. Hoy a lo mejor se habría puesto contento de que papi volviera a casa, pero nueve o diez años después se estaría dando la cabeza contra las paredes. Decile, cuando pueda entenderlo, que lo quiero enormemente, y que mi único mensaje es que no traicione. ¿Se lo vas a decir? Pero, eso sí, ensayalo antes varias veces, así no llorás cuando se lo digas. Si llorás, pierde fuerza lo que decís. ¿Estás de acuerdo, verdad? Alguna vez vos y yo hablamos de estas cosas, cuando la victoria parecía verosímil y cercana. Ahora sigue pareciendo verosímil, pero se ha alejado. Yo no la veré y es una lástima. Pero vos y Andrés sí la verán y es una suerte. Ahora dame la mano. Chau, Aurora...

CAPITÁN (llorando, histérico) ¡Alias Beatriz!

Se hace un largo silencio.
PEDRO, después del esfuerzo, ha quedado anonadado. Tal vez ha perdido nuevamente el sentido. Su cuerpo se inclina hacia un costado; no cae, sólo porque el cinturón lo sujeta a la silla.
El CAPITÁN, por su parte, también está deshecho, pero su deterioro tiene, por supuesto, otro signo y eso debe notarse. Tiene la cabeza entre las manos y por un rato se le oye gemir. Luego, de a poco se va recomponiendo, y aunque PEDRO está aparentemente inconsciente, comienza a hablarle.

CAPITÁN
Pedro, usted está muerto y yo también. De distintas muertes, claro. La mía es una muerte por trampa, por emboscada. Caí en la emboscada y ya no hay posible retroceso. Estoy entrampado. Si yo le dijera que no puedo abandonar esto, usted me diría que es natural porque sería abandonar el confort, los dos autos, etcétera. Y no es así. Todo eso lo dejaría sin remordimientos. Si no lo dejo es porque tengo miedo. Pueden hacer conmigo lo mismo que hacen, que hacemos con usted. Y usted seguramente me diría: "Bueno, ya ves, puede aguantarse." Usted sí puede aguantarlo, porque tiene en qué creer, tiene a qué asirse. Yo no. Pero dentro de mi imposibilidad de rescatarme, me queda una solución intermedia. Ya sé que Inés y los chicos pueden un día llegar a odiarme, si se enteran con lujo de detalles de lo que hice y de lo que hago. Pero si todo esto lo hago, además, sin conseguir nada, como ha sido en su caso hasta ahora, no tengo justificación posible. Si usted muere sin nombrar un solo dato, para mí es la derrota total, la vergüenza total. Si en cambio dice algo, habrá también algo que me justifique. Ya mi crueldad no será gratuita, puesto que cumple su objetivo. Es sólo eso lo que le pido, lo que le suplico. Ya no cuatro nombres y apellidos, sino tan sólo uno. Y puede elegir: Gabriel o Rosario o Magdalena o Fermín. Uno solito, el que menos represente para usted; aquel al que usted le tenga menos afecto; incluso el que sea menos importante. No sé si me entiende: aquí no le estoy pidiendo una información para salvar al régimen, sino un dato para salvarme yo, o mejor dicho para salvar un poco de mí. Le estoy pidiendo la mediocre justificación de la eficacia, para no quedar ante Inés y los chicos como un sádico inútil, sino por lo menos como un sabueso eficaz, como un profesional redituable. De lo contrario, lo pierdo todo. (El CAPITÁN da unos pasos hacia PEDRO y cae de rodillas ante él.) Pedro, nos queda poco tiempo, muy poco tiempo. A usted y a mí. Pero usted se va y yo me quedo. Pedro, éste es un ruego de un hombre deshecho. Usted no es inhumano. Usted es un hombre sensible. Usted es capaz de querer a la gente, de sufrir por la gente, de morir por la gente. Pedro, se lo ruego: diga un nombre y un apellido, nada más que un nombre y un apellido. A esto se ha reducido toda mi exigencia. Igual el triunfo será suyo.

PEDRO se mueve un poco. Trata de enderezarse, pero no puede. Hace otro esfuerzo y al fin se yergue.
El CAPITÁN apela a un recurso desesperado.

CAPITÁN
Se lo pido a Rómulo. Se lo ruego a Rómulo. ¡Me arrodillo ante Rómulo! Rómulo, ¿va a decirme un nombre y un apellido? ¿Va a decirme solamente eso?

PEDRO (a duras penas)
No..., CAPITÁN.

CAPITÁN
Entonces se lo pido a Pedro, se lo ruego a Pedro. ¡Me arrodillo ante Pedro! Apelo no al nombre clandestino, sino al hombre. De rodillas se lo suplico al verdadero Pedro.

PEDRO (abre bien los ojos, casi agonizante) ¡No..., coronel!

Las luces iluminan el rostro de PEDRO. El CAPITÁN, de rodillas, queda en la sombra

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